Daniel Zuloaga Boneta (Madrid, 1852 – Segovia, 27 de diciembre de 1921) fué uno de los artistas de la cerámica más representativos del cambio de siglo, introductor de las técnicas tradicionales cerámicas de la España medieval y del Renacimiento, como la cuerda seca, la arista y los reflejos metálicos.
Su familia durante generaciones se dedicó a las artes del metal, siendo su padre Eusebio Zuloaga restaurador de las armas de la Armería Real, especialista en damasquinado, y su madre Ramona Boneta, especialista en galvanoplastia. Sus primeras lecciones de arte las recibió en el taller familiar.
En 1867 estaba estudiando, junto a sus hermanos Guillermo y Germán en la Escuela de Cerámica de Sèvres. En 1870, de nuevo en España, trabajó con sus hermanos en el taller de sus padres, al tiempo que hacía importantes decoraciones pictóricas en establecimientos comerciales y palacios madrileños, hasta que en 1877 fundó la fábrica de cerámica de la Moncloa en unos terrenos cedidos por la Corona. Daniel Zuloaga trabajó en la Moncloa hasta 1893, año en que se trasladó a Segovia. Hasta ese momento se dedicó también a la enseñanza de la cerámica en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid.
Daniel Zuloaga en Segovia
En 1893 llegó Daniel Zuloaga a Segovia, para trabajar en la fábrica La Segoviana de los hermanos Vargas, donde hizo las cerámicas de las cuatro fachadas del Ministerio de Fomento, proyectado por el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, en la glorieta de Atocha de Madrid. La obra fue un éxito y Daniel llegó a un acuerdo para seguir trabajando en la fábrica, en un pequeño taller con sus propios obreros. Estos momentos coinciden con el desarrollo del estilo modernista en España, creando una gran variedad de tipos cerámicos y de decoraciones arquitectónicas en este estilo, que todavía se conservan en las fachadas de muchos edificios de toda España.
En 1906, Daniel dejó La Segoviana y trabajó durante un año en la fábrica de loza y porcelana de Pasajes de San Juan, junto a San Sebastián, volviendo en 1907 a Segovia, donde se instaló definitivamente en la desamortizada iglesia románica de San Juan de los Caballeros, que había comprado unos años antes. Transformó las naves y capillas de la iglesia en taller de cerámica y aquí trabajó hasta su muerte en 1921, consiguiendo un estilo propio y personal dentro de la estética de la generación del noventa y ocho, con decoraciones de tipos y paisajes castellanos.